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El silencio de Nduwayezu, 1992. Caja de luz. 30 x 45 x 10 cm.

El silencio de Nduwayezu, 1997. Mesa de luz, un millón de diapositivas, veinte lupas. 90 x 300 x 500 cm. Edición única.

 

El silencio de Nduwayezu, 1997. Mesa de luz, un millón de diapositivas, veinte lupas. 90 x 300 x 500 cm. Edición única.

El silencio de Nduwayezu, 1997. Mesa de luz, un millón de diapositivas, veinte lupas. 90 x 300 x 500 cm. Edición única.

Alfredo Jaar
El silencio de Nduwayezu
8 Febrero - 22 marzo, 1997

En 1994, durante cinco meses, más de un millón de ruandeses, en su mayoría integrantes de la minoría tutsi, fueron asesinados de forma sistemática, mientras la comunidad internacional cerraba los ojos ante el genocidio. Las matanzas fueron llevadas a cabo principalmente por milicias hutus, armadas y entrenadas por los militares ruandeses. A consecuencia de este genocidio, millones de hutus y tutsis huyeron a Zaire, Burundi, Tanzania y Uganda. Muchos están aún en campos de refugiados, por temor a nuevos brotes de violencia al volver a sus hogares.

Al igual que a los adultos, a los niños se les perseguía y asesinaba sistemáticamente. “No repitamos el error de 1959” fue el lema de las milicias al ir de casa en casa buscando tutsis. Lamentaban no haber matado a los niños en las masacres de 1959, pues así no habría quedado nadie para huir del país y organizar una resistencia.

Es imposible estimar el número de niños asesinados en las masacres. Algunos se agarraban desesperadamente a sus padres y eran asesinados junto a ellos. Otros observaban desde algún escondite y gritaban al ver matar a sus padres y hermanos. El asesinato de su familia entera ha privado a muchos niños de su voluntad de vivir. Cientos de ellos, miles tal vez, han muerto de pena, rechazando toda compañía y resistiéndose a comer y beber, hasta morir.

En la mañana del jueves 25 de agosto de 1994, en el campo de refugiados de Rubavu, cercano a Gysenyi, en Ruanda, van a comenzar las clases. Al acercarme a la escuela improvisada dentro del campo, fui rodeado por niños. Les sonreí, y algunos me devolvieron la sonrisa. Hay tres niños, Nduwayezu, Dusabe y Umotoni, sentados en los escalones frente a la puerta de la escuela. Nduwayezu, de cinco años, es el mayor de los tres y el único que mira directamente a mi cámara. Como los otros 36 niños de este campo, ha perdido a sus dos padres. Cuando llegó Nduwayezu a Rubavu, guardó silencio durante cuatro semanas. Cuatro semanas de silencio.

Recuerdo sus ojos. Es la mirada más triste que jamás he visto. Y nunca olvidaré su silencio. El silencio de Nduwayezu.

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